martes, 18 de junio de 2013

Capitulo 4 - Esto es un infierno

Olor a humedad, sudor y fracaso. Frente a la taquilla oxidada del vestuario de camareros de aquél hotel infernal, el aroma era más intenso de lo que el novato podía soportar.

«No me lo puedo creer. - pensó mientras colgaba cuidadosamente el chaleco desgastado a pesar de ser nuevo para él. Desgastado por cientos de camareros que posiblemente se habrían encontrado en su misma situación, sufriendo ese mismo olor a derrota. - No he durado ni media mañana. Es que ni media hora, leches.»

- Te acaba de despedir por primera vez, ¿Verdad? - la voz sonó a su espalda, tranquila y educada, como si hubiera tenido esa misma conversación con los cientos de anteriores dueños de ese chaleco. Sólo podía ser el friegaplatos. El único ser humano educado de aquel maldito lugar. El único ser humano sin más, al parecer.

domingo, 5 de mayo de 2013

Quinta prueba y otras cosas

- ¡Muchacho, corre, tienes el rango abandonado, amosamosamos! - balbuceó muy rápido, de manera casi incomprensible, mientras agarraba al novato por el brazo tirando de él con una fuerza que jamás podía adivinarse de un cuerpo tan enjuto y menudo como el del Máquina. No pudo ni despedirse del único hombre educado y tranquilo de ese hotel, pues se vio rápidamente arrastrado por su compañero pasillo adelante.

- Necesito que alguien me explique qué está pasando aquí o voy a volverme loco. - casi suplicó de camino de vuelta a "su rango". El Máquina le explicó en apenas diez minutos todo lo que el novato necesitaba saber.

Por lo visto las lavanderas le habían gastado la broma estándar del pantalón blanco, algo que le hacían a todos los novatos en su primer día y que parecía molestar especialmente al Maître. Ese era al fin y al cabo, el objetivo de la broma. También le explicó que el salón comedor se separaba por "rangos" o zonas de mesas. A cada camarero le correspondía uno de estos rangos y la única función de este consistía en recoger platos sucios y montar mesas para los siguientes clientes. La tarea a priori parecía sencilla, algo cuanto menos básico como recoger y montar no podía ser tan complicado. Recordó las insufribles noches en el asador del Goblin, donde su maestro se dedicaba a las tareas más complejas, dejando para él la parte sencilla y monótona. Precisamente esa, limpiar y montar mesas. Sin parar. Este pensamiento le tranquilizó.

Cuarta prueba

Visualizó por un instante el patio de su anterior trabajo, el ajetreo, las mesas y los clientes agolpados, el estrés y a sí mismo corriendo frenéticamente entre las mesas, en ese estado del camarero, en ese trance, y fue eso mismo, un instante, lo que tardó en volver el Máquina, deslizándose por el rango, cargado con toda la mesa. Siete platos en su pequeño brazo izquierdo, seis copas en su mano derecha, agarradas con sus minúsculos dedos como si de una gran tenaza se tratara. Cubiertos, bandejas de pan y tazas de café apilados de manera casi circense sobre los siete platos y bajo ese mismo brazo, hecho un ovillo, el mantel sucio se mantenía sujeto por su propio sobaco. ¿Como era posible que un tipo tan pequeño y enjuto fuera capaz de cargar semejante cantidad de cosas sin hundirse irremediablemente en el suelo?

Llegó como digo, deslizándose, dispuesto a descargar todo aquello en el camión de la basura pero no lo hizo. Se quedó clavado en el suelo, mirando fijamente al novato que llegó a creer por un segundo que efectivamente el peso había podido con él, incrustando sus pequeños y gastados zapatos negros en el suelo del salón comedor.

Otro trozo mas

Visualizó por un instante el patio de su anterior trabajo, el ajetreo, las mesas y los clientes agolpados, el estrés y a sí mismo corriendo frenéticamente entre las mesas, en ese estado del camarero, en ese trance, y fue eso mismo, un instante, lo que tardó en volver el Máquina, deslizándose por el rango, cargado con toda la mesa. Siete platos en su pequeño brazo izquierdo, seis copas en su mano derecha, agarradas con sus minúsculos dedos como si de una gran tenaza se tratara. Cubiertos, bandejas de pan y tazas de café apilados de manera casi circense sobre los siete platos y bajo ese mismo brazo, hecho un ovillo, el mantel sucio se mantenía sujeto por su propio sobaco. ¿Como era posible que un tipo tan pequeño y enjuto fuera capaz de cargar semejante cantidad de cosas sin hundirse irremediablemente en el suelo?

Llegó como digo, deslizándose, dispuesto a descargar todo aquello en el camión de la basura pero no lo hizo. Se quedó clavado en el suelo, mirando fijamente al novato que llegó a creer por un segundo que efectivamente el peso había podido con él, incrustando sus pequeños y gastados zapatos negros en el suelo del salón comedor.

Cosas de la vida

Visualizó por un instante el patio de su anterior trabajo, el ajetreo, las mesas y los clientes agolpados, el estrés y a sí mismo corriendo frenéticamente entre las mesas, en ese estado del camarero, en ese trance, y fue eso mismo, un instante, lo que tardó en volver el Máquina, deslizándose por el rango, cargado con toda la mesa. Siete platos en su pequeño brazo izquierdo, seis copas en su mano derecha, agarradas con sus minúsculos dedos como si de una gran tenaza se tratara. Cubiertos, bandejas de pan y tazas de café apilados de manera casi circense sobre los siete platos y bajo ese mismo brazo, hecho un ovillo, el mantel sucio se mantenía sujeto por su propio sobaco. ¿Como era posible que un tipo tan pequeño y enjuto fuera capaz de cargar semejante cantidad de cosas sin hundirse irremediablemente en el suelo?

Llegó como digo, deslizándose, dispuesto a descargar todo aquello en el camión de la basura pero no lo hizo. Se quedó clavado en el suelo, mirando fijamente al novato que llegó a creer por un segundo que efectivamente el peso había podido con él, incrustando sus pequeños y gastados zapatos negros en el suelo del salón comedor.

domingo, 24 de marzo de 2013

Un titulo por aqui

Olor a humedad, sudor y fracaso. Frente a la taquilla oxidada del vestuario de camareros de aquél hotel infernal, el aroma era más intenso de lo que el novato podía soportar.

«No me lo puedo creer. - pensó mientras colgaba cuidadosamente el chaleco desgastado a pesar de ser nuevo para él. Desgastado por cientos de camareros que posiblemente se habrían encontrado en su misma situación, sufriendo ese mismo olor a derrota. - No he durado ni media mañana. Es que ni media hora, leches.»

- Te acaba de despedir por primera vez, ¿Verdad? - la voz sonó a su espalda, tranquila y educada, como si hubiera tenido esa misma conversación con los cientos de anteriores dueños de ese chaleco. Sólo podía ser el friegaplatos. El único ser humano educado de aquel maldito lugar. El único ser humano sin más, al parecer.