domingo, 5 de mayo de 2013

Cosas de la vida

Visualizó por un instante el patio de su anterior trabajo, el ajetreo, las mesas y los clientes agolpados, el estrés y a sí mismo corriendo frenéticamente entre las mesas, en ese estado del camarero, en ese trance, y fue eso mismo, un instante, lo que tardó en volver el Máquina, deslizándose por el rango, cargado con toda la mesa. Siete platos en su pequeño brazo izquierdo, seis copas en su mano derecha, agarradas con sus minúsculos dedos como si de una gran tenaza se tratara. Cubiertos, bandejas de pan y tazas de café apilados de manera casi circense sobre los siete platos y bajo ese mismo brazo, hecho un ovillo, el mantel sucio se mantenía sujeto por su propio sobaco. ¿Como era posible que un tipo tan pequeño y enjuto fuera capaz de cargar semejante cantidad de cosas sin hundirse irremediablemente en el suelo?

Llegó como digo, deslizándose, dispuesto a descargar todo aquello en el camión de la basura pero no lo hizo. Se quedó clavado en el suelo, mirando fijamente al novato que llegó a creer por un segundo que efectivamente el peso había podido con él, incrustando sus pequeños y gastados zapatos negros en el suelo del salón comedor.

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